domingo, 4 de marzo de 2018

Mosén Gaspar Silvestre, notas biográficas






La Iglesia de Sant Jaume y la Plaza Mayor presentaban en el siglo XIX un aspecto bastante distinto al actual.
Más o menos así se vería en tiempos del párroco D. Gaspar Silvestre.





   Fue D. Gaspar Silvestre párroco de San Jaime entre 1833 y 1860. Confesor de la Beata Josefa Naval, dejó importante huella en la Iglesia y el pueblo de Algemesí. Falleció el 3 de marzo de 1860.
   Su actividad como párroco de San Jaime se desarrolló en los complicados años del siglo XIX, en los que hubo varias epidemias de cólera morbo y tifoideas, se produjo la Primera Guerra Carlista, se estableció en Algemesí el alumbrado público, se celebraron las fiestas del Sexto Centenario de la Mare de Déu de la Salut, hubo pedrisco, avenidas del Júcar, y diversos problemas en la agricultura y en la cosecha de la seda... 


 Don Miguel Belda le dedicó en su libro de 1908 esta breve nota biográfica:

   "Fué el Dr. D. Gaspar Silvestre hijo de la villa de Bocairente y tomó posesión del curato de Algemesí en julio de 1833.
   Durante su gobierno realizó mejoras muy notables en la parroquia, entre ellas la obra del púlpito, que es de mármoles primorosamente labrados, las graderías del altar mayor y la cajonería de la sacristía principal. Fué muy celoso de la salvación de las almas, demostrando especial cuidado en la asistencia de los enfermos y de los pobres. Por ésto y por haber muerto aquí, estando al frente de la parroquia, vive en la memoria de los feligreses, que todavía recuerdan su celo y sus virtudes.
   Murió el día 3 de Marzo de 1860."




   En la obra inédita "Hijos ilustres de Algemesí", D. Francisco Roca Traver hace un recorrido más amplio en la biografía del sacerdote, con algunas curiosidades sobre su labor en Algemesí, y sobre el propio Algemesí de aquellos años:
  
   "Fue cura párroco de la Iglesia de San Jaime de Algemesí y en su tiempo tuvo gran predicamento, siendo muy querido de la población entera por lo que vamos a contar de él.

   Fue un gran aficionado a la farmacopea, había estudiado la obtención de la quinina y viendo las propiedades curativas de este alcaloide, se enseñó a extraerle la quina (...) a los enfermos de tercianas y cuartanas, enfermedades endémicas en el pueblo.
    En este momento le prestaba ayuda todo el pueblo, al comprobar que con su tratamiento iba claudicando el paludismo. Pero en junio de 1840 salía una ley que prohibía a cualquier persona que no fuera farmacéutico la venta de ninguna clase de medicina. Es curioso resaltar que, de los dos "boticarios" que había en el pueblo, el uno le prestaba su mortero y el mazo con el fin de picar la quina; y el otro le pedía el producto para un familiar. La competencia del cura y la pulcritud de las operaciones de extracción eran manifiestas, el fin era la caridad y la salud pública.
   Su pericia en el conocimiento de las cualidades y dosificación de la quina hacía que vinieran a consultarle forasteros; sin embargo, el Subdelegado Subalterno de Farmacia de Alberique, el 12 de diciembre de 1841, prevenía al Ayuntamiento de Algemesí que le requisara seguidamente los morteros y demás artilugios de que se servía el cura y que se le impusiera, además, una multa de 500 ducados, en caso de que reincidiera en la venta de la quinina.
   El Ayuntamiento, al recibir tal notificación, se dirige al Gobernador, manifestando que el bien del cura es para el pueblo y que no vé mal alguno en ello sino que da la quinina a la gente necesitada y aún añaden que los médicos le han alabado la pulcritud de su trabajo. Es más, el vecindario podría resentirse si no le alcanza la ayuda del Cura. El 10 de enero de 1842 el Gobernador contestaba diciendo que mientras el Sr. Cura no hiciera ninguna ganancia con la quina no podía impedírsele hacer el bien.

   Pero es que tenemos constancia de que su prestigio ante el pueblo pudo, en muchas ocasiones, aliviar y aún evitar difíciles cuestiones para el vecindario. Recordemos una:
   En 1844 el Ayuntamiento, previo el asesoramiento de personas expertas, había ido personalmente a prohibir y hacer cumplir la orden de no poner paradas -"peixcar al caldero"- en la acequia madre, ni tampoco quitar las que estuvieran debidamente dispuestas. En aquel asesoramiento intervino el entonces encargado del Señorío de Pardines, José Esteve Castell y con él fue nuestro mosén Gaspar. Era cuestión por demás espinosa y difícil de hacer cumplir, a satisfacción de todos; solamente el celo y el prestigio de nuestro sacerdote pudo acabar con tantos intereses encontrados.

   En otra ocasión se procedía a la recepción de bolsas concernientes al riego de las acequias. A este acto solía acudir el cura de la parroquia, juntamente con el receptor de aquellas; en esta vez era Vicente Mascó, a quien acompañaba un representante del ayuntamiento, que solía ser un concejal. Pues bien, éste manifestó que había sido insultado, denigrado y menospreciado por algunos propietarios de tierras lindantes con las acequias. El Ayuntamiento, como era natural, impuso a los contraventores una multa de 100 reales, aparte de la oportuna reconvención: allí hubo una disputa acaloradísima, sosteniendo que como colindantes estaban en su derecho de pescar en la parte de la acequia que les era fronteriza. ¿A dónde hubieran ido a parar si allí no hubiera estado mosén Gaspar? Apaciguó ánimos, se llevó a los castigados y prometió concordia. No lo consiguió completamente pero al menos aquelos tres exaltados, escuchando su exhortación, hicieron sumisión a la autoridad y ejecutaron su mandato. Se les quitó la pena y el Ayuntamiento fue sostenido en su derecho antiguo.

   Gozaba plenamente de la confianza de todo el pueblo. En 1849, en una reforma administrativa del Hospital, dictada por el Ayuntamiento, se le elige como interventor de aquella Institución, antes cofradía. Y como a tal interventor resuelve un caso litigioso con un vecino de Algemesí que había comprado el huerto al Convento: el Ayuntamiento le dará un voto de gracias por su prudente gestión.

   Y junto con todo ello era un sacerdote modelo, celoso de su ministerio, de fácil palabra, como nos lo prueba el hecho de que el municipio, en repetidas ocasiones, no quier encargar a un foráneo la predicación de fiestas señaladas, sino que se encarga de ello mosén Gaspar.

   En 1851, habiéndose de hacer obras en la Casa de la Enseñanza, considerando lo bien que lo había hecho en las del Hospital, se le encomienda la administración y la dirección de aquel trabajo, conjuntamente con el concejal Niclós.

   Fue un hombre prudente, de gran tino y gran corazón, que se entregó con entusiasmo a toda labor que se le encomendara, profundamente vinculado a los problemas del pueblo y enamorado de su ministerio (...). El pueblo lo recordó largamente."








   Queríamos recordar la figura del párroco de San Jaime D. Gaspar Silvestre, con la nota escrita por D. Miguel Belda, y este interesante texto escrito por el que fuera profesor del Instituto de Algemesí, historiador, y académico de la Real Academia de Cultura Valenciana D. Francisco Roca Traver, que falleció el pasado 2 de marzo. El texto pertenece a su obra "Hijos ilustres de Algemesí" (1962). La información que aporta remite al Archivo Municipal de Algemesí.



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